Del cuarto libro de la colección Nuevo Tiempo Axial. Por un Cristianismo sin Religión. Bruno Mori.. Si quieres bajarte gratis el libro completo, pincha AQUÍ
Nacimiento del pensamiento mítico
Hoy en día las Ciencias Humanas son unánimes en afirmar que las religiones, tomadas en el sentido ordinario de instituciones que determinan, estructuran y organizan oficialmente las modalidades de la relación de los humanos con la divinidad, son creaciones relativamente recientes.
Con esto quieren decir que la existencia de una religión, constituida por una estructura organizativa, con jerarquía, poder, sacerdotes, creencias, normas y ritos, es un fenómeno que se remonta al pasado recentísimo en la escala de la historia evolutiva de la humanidad. Los humanos han vivido la mayor parte de su presencia en la Tierra sin "religión" y sin "dios".
Desde hace más de noventa mil años, las expresiones externas del pensamiento simbólico y de la espiritualidad humana relacionadas con el carácter "sagrado" y "misterioso" de la vida y de la realidad cósmica (ritos, sacrificios, cultos funerarios, etc.) se practican al margen de toda organización religiosa formal y sin referencia alguna a una deidad o deidades5.
Las ciencias antropológicas nos informan de que los seres humanos del Paleolítico 6 no tenían una idea bien definida de "dios", tal y como la elaboraron las culturas posteriores. Sin embargo, poseían una profunda sensibilidad espiritual y veían la manifestación de lo "divino" en todas partes. Para ellos, la Naturaleza contenía un Misterio que la hacía enigmática e inquietante, pero al mismo tiempo maravillosa y mágica. Sentían que el mundo estaba atravesado por una "Energía" inexplicable que producía variedad, diversidad, belleza, movimiento y profusión de vida, y ante la cual sólo podían sentir asombro, temor, veneración y reconocimiento. Todo esto iba acompañado de un fuerte sentimiento de inmersión y de formar parte de un "Todo" que les envolvía con benevolencia y amor.
Si lo "divino" es lo que fascina, aunque sigue siendo incomprensible e inefable; si lo sagrado es lo que tratamos con temor, respeto y veneración, entonces hay que decir que los hombres del Paleolítico sentían el mundo como algo "sagrado" y "divino", y la Naturaleza nutricia que les rodeaba como "maternidad divina".
En este mundo y en esta Naturaleza, los humanos del Paleolítico se sentían como niños pequeños en los brazos de una Madre Cósmica. Esta percepción se ve confirmada por una gran variedad de estatuillas femeninas, que datan de esa época y que los arqueólogos han encontrado por doquier, y que representan a una Diosa Madre, con pechos generosos y desbordantes, de los que los humanos se colgaban para obtener alimento, fuerza y vida.
A lo largo del Paleolítico, los cazadores-recolectores vivían en profunda simbiosis con el mundo natural, considerado como una Realidad global de la que formaban parte, en la que estaban insertos como en una matriz que genera todo lo que existe y vive, y a la que todos los seres vivos regresan al final de su viaje terrenal. De la "madre naturaleza" tomaban sólo lo que les ofrecía, con el mayor reconocimiento y respeto al Misterio que se revelaba por doquier con profusión de poder, fecundidad y belleza.
Para los humanos primitivos de aquella época, toda la Realidad era una manifestación de una Fuerza "voluntaria" y "bondadosa" que no podían identificar ni nombrar, pero que era captada por sus mentes y corazones como en perfecta armonía y en plena sintonía con los impulsos más profundos de su ser.
Por ello, durante milenios, la humanidad vivió en un mundo holístico e indiviso, donde todo estaba interconectado, lo cercano y lo sagrado, lo divino y lo humano, el cielo tocaba la tierra y la tierra tocaba el cielo. El cielo era la parte de la tierra que no podíamos tocar, sino sólo contemplar. La tierra era la parte del cielo que se había acercado a nosotros para ser acariciada y maravillarnos con las misteriosas bellezas de las que había sido sembrada. Todo era cielo sin tierra y tierra sin cielo; una tierra celestial y un cielo terrenal, porque todo era uno, lo divino y lo humano, la tierra y el cielo, lo cercano y lo lejano, el espíritu materializado y la materia espiritualizada7.
El Misterio estaba en todas partes, incomprensible, inalcanzable, esquivo, pero activo, real, en acción, impregnando y llenando con su Espíritu y fascinación la inmensidad del cielo estrellado, el esplendor deslumbrante del sol, la claridad y las fases de la luna, la frescura húmeda de las mañanas, el resplandor de las tardes, el murmullo de los arroyos, la calma chispeante de los lagos, la altura misteriosa y sagrada de las montañas, la profundidad de los bosques, el enjambre de las sabanas, la inmensidad de los océanos, la armonía festiva de los cantos de los pájaros y la paleta fantástica y flamígera de sus colores, el estruendo de los truenos y el destello repentino de los rayos en un cielo de verano...
Todo ello tenía su propio espíritu, que "espiritualizaba", por así decirlo, el mundo de los humanos de aquel remoto período de nuestra historia. Todo estaba "espiritualizado", todo era "sagrado", todo estaba "divinizado", todo era la expresión de un Misterio que lo abarcaba todo, en el que todo estaba inmerso y del que todo ser y todo fenómeno era parte y manifestación.
La revolución neolítica
La transición del Paleolítico al Neolítico8 constituye un verdadero cambio de paradigma en la historia evolutiva de la humanidad. En el Neolítico, la humanidad pasó de una cultura y sociedad de cazadores-recolectores a una cultura y sociedad de agricultores-pastores. Esta transición constituye una enorme revolución, que implicó un cambio fundamental de hábitos y actitudes. Mientras en el Paleolítico el ser humano vivía sólo de lo que le daba la tierra, en el Neolítico cambió, transformó, modificó, estructuró y reestructuró la naturaleza y la geografía de la tierra. Domesticaron animales, seleccionaron plantas y frutos mediante injertos y cruces. Al darse a sí mismos el control sobre los medios y las condiciones de su vida, los seres humanos neolíticos se convirtieron en los artesanos de su propio desarrollo.
La transición a la agricultura traerá consigo, con la sedentarización, la cría y domesticación de animales, la aparición de aldeas y ciudades, el aumento de la natalidad y, por tanto, de la población, la diversificación de las ocupaciones, la acumulación de riqueza, la formación de la propiedad privada, así como las estructuras de explotación, dominación y poder; la aparición de desigualdades, clases sociales y la escritura, instrumento indispensable para una mejor y más eficaz administración de los recursos humanos y de la riqueza.
Estos cambios neolíticos serán tan radicales que darán lugar a un mundo fundamentalmente diferente y a nuevos paradigmas, es decir, a una nueva forma de entender, interpretar y afrontar la realidad de Dios, del mundo y del propio ser humano. Los paradigmas cognitivos y las imágenes con las que el ser humano concibe y expresa su "cosmovisión" son ahora de otro orden. Veamos brevemente los aspectos más destacados de este cambio:
1. El mundo natural del Paleolítico, el único lugar en el que está presente lo divino, se ha vaciado de su carácter sagrado. Los "espíritus" y "deidades" que habitaban y animaban el mundo natural son expulsados y exiliados a otro mundo, situado fuera, por encima del mundo de los humanos. Ahora es el "cielo", y ya no la "tierra", lo que se considera la morada de los dioses.
2. Sin la presencia de lo divino, la naturaleza deja de ser esa "Madre" sagrada, venerada, maravillosa y respetable. Se convierte en una "cosa" profana, materia prima, opaca, sin forma, caótica, sin alma, un conjunto de recursos materiales que el ser humano puede utilizar y explotar en su beneficio, sin límite ni restricción alguna.
3. El nuevo "Theos"9, supremo, se concibe como una individualidad personal, masculina, inmaterial, un espíritu puro, que posee una inteligencia y unos poderes infinitos que utiliza para poner orden en el caos femenino del mundo material.
4. Nacen los nuevos mitos de la "creación" del mundo a través de la palabra todopoderosa de esta divinidad masculina que dispone y regula el funcionamiento del Universo. La tierra y su naturaleza quedan definitivamente desposeídas de sus características "maternales". Ahora es un dios masculino, guerrero, violento, con poderes ilimitados, que tiene en sus manos la suerte y el destino del mundo y de la humanidad. El poder se convierte en una actitud y un fenómeno exclusivamente "masculino".
5. Esta nueva visión deteriora la condición de la mujer, que pierde definitivamente su condición de icono y símbolo que sirve para ilustrar el carácter "maternal", nutritivo, convivencial y sagrado de la naturaleza. Ahora se transforma en un símbolo de un mundo material peligroso, desordenado y caído; una criatura que debe ser controlada y, por tanto, permanecer sometida al poder "divino" del hombre. Como Dios es masculino, lo masculino se convierte en divino. En consecuencia, el varón pasa a ser considerado el humano que ostenta el poder, el humano que es superior a la mujer, que está sometida a él y a la que puede tratar como un objeto o una propiedad de la que puede disponer a su antojo. Este es el nacimiento del patriarcado y su peor expresión: el machismo.
6. La aparición en esa época del mito de la creación y su creencia generalizada, introduce una ruptura definitiva en la unidad de la visión paleolítica de la Realidad, donde lo divino, lo natural y lo humano (dios-cosmos-ser humano) eran sólo elementos perfectamente integrados de un Todo Universal.
7. Debido al mito de la creación, el dualismo afecta ahora a la comprensión humana de la Realidad, que se divide y escinde automáticamente en dos polos opuestos: el cielo y la tierra; Dios en lo alto, los humanos aquí abajo. Allá arriba, el mundo perfecto de las realidades y de las esencias divinas y espirituales; aquí abajo, el mundo imperfecto de la materia bruta, pesada, opaca, limitada y malvada, que frena e impide el vuelo del alma humana hacia el cielo de Dios, único lugar verdadero y de salvación La revolución neolítica para los seres humanos. Allí arriba, el mundo de la luz, la belleza, la gracia, la perfección y la felicidad; aquí abajo, el mundo de la oscuridad, la fealdad, el mal, la imperfección, la tentación, la lucha, el sufrimiento y la posible perdición.
8. El ser humano ya no se siente parte integrante de la naturaleza, que ha perdido su brillo divino. Ya no se consideran procedentes de la tierra los humanos , sino del cielo, creados directamente por Dios. Creen que son de origen divino; que poseen los genes de Dios y son, por tanto, diferentes de todas las demás criaturas que viven sobre la faz de la tierra. Se consideran los herederos del cielo, su verdadera patria. El mundo de la materia, en el que los hombres han caído, a causa de alguna desgracia desconocida, es visto como un mundo inferior, maligno y peligroso, del que deben liberarse y desprenderse, para poder emprender el vuelo hacia su verdadera morada en el cielo.
9. Debido al nacimiento del mito de la creación directa del hombre por parte de Dios, desde el neolítico el hombre ha vivido con la certeza de ser una criatura superior a todas las demás criaturas terrestres. Se ha convencido a sí mismo de que es el jefe, el amo y el señor absoluto del mundo; que, por tanto, tiene el derecho y el poder de disponer de él a su antojo y de explotar los recursos naturales (considerados ilimitados) sin miramientos y sin medida, para satisfacer sus necesidades y su codicia igualmente ilimitada.
Desde el Neolítico, pues, este conjunto de afirmaciones ha constituido el bagaje cognitivo básico, funcionando como evidencias, absolutos o axiomas indiscutibles, necesarios e imprescindibles "a priori", para poder desenvolverse y comunicarse dentro de la sociedad humana. En definitiva, estas afirmaciones han sido los "paradigmas" de comprensión de la Realidad que han regido la historia de la humanidad, al menos en Occidente y Oriente Medio, durante los últimos quince milenios.
Es principalmente a través de la religión judeo-cristiana (que la ha adoptado plenamente) como esta visión neolítica de la Realidad ha llegado hasta nosotros. Esta religión introdujo estos antiguos paradigmas tanto en la concepción y contenido de sus libros sagrados (Torá, Talmud, Biblia, Nuevo Testamento), como en la formulación de sus creencias, dogmas y doctrinas que son, en Occidente, los principales catalizadores de esta cosmovisión primitiva que ha mantenido viva hasta los tiempos modernos y que la religión cristiana sigue imponiendo, aún hoy, a la fe de sus fieles.
Por si fuera poco, esta religión, en el curso de su evolución histórica, ha contribuido en gran medida a la creación de un gran número de variaciones sobre los contenidos y temas sustantivos de las antiguas creencias míticas, creando nuevos mitos y creencias y ampliando así aún más el abanico de "verdades" míticas en las que creer. Lo veremos más adelante en este estudio.
La función religiosa del mito
Tras la revolución agrícola del Neolítico (12000 a.e.c.), las sociedades humanas se hicieron cada vez más grandes y complejas, y las construcciones imaginarias (mitos) que sustentan el orden social también se hicieron más elaboradas. Los mitos acostumbran a la gente, casi desde su nacimiento, a creer en ciertas historias, a pensar de una manera determinada, a ajustarse a algunas normas, a querer ciertas cosas y a observar tales reglas. Al hacerlo, La función religiosa del mito crean reacciones instintivas y automáticas que permiten a millones de desconocidos cooperar eficazmente. Es esta red de instintos artificiales lo que se ha llamado "religión" y "cultura". Cada cultura tiene su propia visión del mundo y, por tanto, sus propios "paradigmas" para entenderla e interpretarla10
. Dado que las religiones del Neolítico se desarrollaron a partir de la creencia en la existencia de entidades y acontecimientos míticos, puede ser interesante comprender los mecanismos psicológicos, sociales y políticos que llevaron a los seres humanos a adoptar la forma imaginaria del mito, en lugar de la forma de planificación o programación racional, para establecer sistemas de poder, organización y creencia.
Los mitos ofrecen a la gente epopeyas que recordar, valores en los que creer, sueños que perseguir, ejemplos que imitar, hazañas que realizar y objetivos que alcanzar. Como los mitos son invenciones geniales, se prestan a ser compartidos, para unir así a las multitudes, para crear sociedades estructuradas y eficaces. Reúnen la diversidad; reúnen la dispersión; armonizan los contrastes; ordenan el desorden; producen cohesión y unidad. Así nacen las religiones, las naciones, las patrias, las empresas, los negocios, las culturas y las ideologías que determinan y moldean los destinos de la humanidad.
La reflexión humana ha tardado siglos en darse cuenta de que la naturaleza de la "divinidad" está totalmente fuera de nuestro alcance y que todo lo que podamos decir sobre Dios y acerca de Dios sólo puede ser producto de nuestra imaginación. La característica más fundamental de este "dios" es que no podemos decir nada sobre él que sea seguramente cierto. Es el "misterio" más absoluto y total. De Dios ni siquiera podemos decir con certeza que existe, porque la idea misma de la existencia de tal Entidad es sólo fruto de nuestra actividad cerebral y sólo tiene existencia en el cerebro del ser humano. Por tanto, la idea misma de Dios es sólo una creación de nuestra mente. Nunca podremos saber con certeza si esta idea corresponde realmente a algo real. El concepto de Dios es como la maravillosa paleta de colores que viste a las flores, pero sólo existe en las neuronas de nuestro cerebro.
En el pasado, los humanos han dado el nombre de "Dios" a este vacío absoluto de explicaciones y conocimientos que experimentaban frente a la misteriosa Energía que sostiene el Universo en la existencia. Como dijo Einstein, "Dios" parece ser entonces el nombre dado a la ignorancia del ser humano sobre el misterio de su origen y del origen del mundo que le rodea, para el que no encuentra explicación. 11
Entonces los humanos, incapaces de utilizar sus conocimientos para dar contenido y sentido al Misterio del Universo, recurrieron a la ficción, llenando el vacío de sus conocimientos con innumerables elementos de su imaginación. Han creado mitos, es decir, han diseñado un mundo imaginario y fantástico, a imagen y semejanza del mundo humano y en el que los protagonistas están dotados de cualidades sobrenaturales y poderes extraordinarios.
En los mitos, los superhombres divinizados encarnan y muestran toda la gama de sentimientos, impulsos, deseos, aspiraciones, sueños y comportamientos humanos. Se convierten, a la larga, en la mente del creyente, en presencias a veces benévolas y amistosas; a veces en poderes caprichosos, exigentes e irascibles que los humanos deben domar, para beneficiarse de sus favores y protección; a veces se transforman en "principios creadores" todopoderosos, poseedores de las fuerzas necesarias para el buen funcionamiento de un Universo minúsculo que evoluciona en torno al ser humano, que es su centro.
Así es como el mito de Dios hizo su aparición en el mundo de los humanos. El ser humano primitivo, al no poder comprender el misterio de la realidad que le rodea; al no saber explicar por qué hay algo y no nada, inventó dioses o un "dios" para calmar la angustia de su ignorancia.
Estos mitos, con sus maravillosas y fantásticas historias, dan al ser humano la agradable sensación de haber encontrado una explicación a los misterios que le rodean. La psicología humana nos lleva de hecho a considerar como realmente importante y satisfactorio para nosotros, no tanto lo que la realidad es en sí misma, sino lo que creemos o imaginamos que es.
Mientras en el mundo de la ciencia una afirmación, para ser considerada verdadera y válida, debe pasar la prueba de la experimentación, la verificación instrumental y las ecuaciones matemáticas, en el mundo de la religión una afirmación, una declaración o una historia, para ser consideradas verdaderas y creíbles, sólo necesitan ser contadas y propuestas por autoridades competentes.
Las religiones nacieron principalmente para satisfacer las necesidades de comprensión, protección y seguridad de los seres humanos, y para tranquilizarlos y animarlos en una vida corta y difícil con continuos sentimientos de angustia, miedo y desconcierto ante un Universo lleno de misterio, una naturaleza a menudo hostil y una existencia frágil y efímera. Por eso explotan casi exclusivamente la imaginación, los sentimientos, los miedos, la ignorancia y los estados de ánimo de los seres humanos, en lugar de su lógica y racionalidad. Esto permite a las religiones crear creencias que, a su vez, producen sentido, confianza y esperanza12.
En esto, la tarea de la religión es comparable a la de una madre que por la noche trata de que se duerma su hijo ansioso e inquieto. El niño no se preocupa de si la historia que se le cuenta corresponde o no a la verdad o realidad. Lo importante para él es que la fábula se cuente con la voz acunada de la madre, en la que confía, y en la que encuentra seguridad y paz.
Por lo tanto, no es la "verdad" del contenido del cuento lo que interesa al niño, sino el efecto tranquilizador y reconfortante que el cuento, procedente de la boca de la madre, tiene sobre él. Es la presencia, la autoridad y la importancia de la madre lo que da importancia y valor al relato. El niño, que habrá memorizado las historias maternas escuchadas durante su infancia, y cuando llegue a la edad adulta y recuerde los beneficios que obtuvo de ellas, contará a su vez las mismas historias a sus hijos, convencido de que también producirán en ellos las mismas sensaciones y los mismos efectos. Y así es como la religión de la narración y el mito se ha perpetuado a través del tiempo.
Durante siglos, en nuestra cultura cristiana y católica, cuando las personas se sentían angustiadas, tristes, deprimidas, confundidas, perdidas, les hacía el mayor bien escuchar las hermosas historias que la religión les contaba sobre el Dios bueno de allá arriba, en su hermoso paraíso, rodeado de cohortes de ángeles, que creó el mundo en seis días, y a los seres humanos del barro de la tierra, dándoles vida con el soplo de su espíritu.
Nuestros antepasados cristianos se sentían tranquilos al oír que Dios nunca les quitaba los ojos de encima; que se interesaba por todos sus asuntos; que se preocupaba por su felicidad; que enviaba a su Hijo a la tierra para salvarlos del mal y del pecado; que les daba a la Virgen María como una madre gentil llena de bondad y ternura.
Se alegraron al oír que Dios, en su gran justicia, recompensaba a los buenos con las alegrías de su paraíso, pero castigaba a los malvados en el fuego eterno del infierno. Quedaron asombrados y llenos de gratitud cuando escucharon al párroco decirles que el buen Dios había inventado la Santa Iglesia, con sacerdotes consagrados y célibes para cuidar y preocuparse de la suerte de sus almas; una Iglesia santa apoyada y dirigida por un Papa que se comunica directamente con Dios y al que éste mantiene continuamente informado de sus pensamientos, voluntad y deseos.
Hay que admitir que las religiones siempre han explotado el gusto humano por las historias, y con el paso del tiempo las instituciones religiosas se han convertido en las mayores empresas especializadas en la producción y venta de ficción.
También hay que admitir que mientras los humanos no pueden saber absolutamente nada sobre Dios, las religiones afirman saberlo todo sobre él. Las religiones han escrito bibliotecas enteras para enumerar, explicar y dar a conocer con todo lujo de detalles lo que Dios es y piensa, lo que hace, lo que le agrada y lo que le desagrada o enfada. Las religiones saben, por ejemplo, lo que Dios piensa de la moda femenina, la comida, el sexo, la danza y de la política. Las religiones saben que Dios se pone muy molesto si no se respeta el sábado, el ramadán, la misa del domingo. Saben que Dios se sale de sus casillas si las mujeres van a la playa en tanga o en bikini; si acuden a la iglesia con escotes demasiado amplios o faldas demasiado cortas; si en Irán se pasean sin velo o en Pakistán sin burka. Saben que Dios está en contra del divorcio, del preservativo, del aborto, de la fecundación in vitro, de la ordenación de las mujeres, de la homosexualidad y del matrimonio entre personas del mismo sexo. Saben que Dios se enfada mucho cuando dos hombres o dos mujeres se aman, tienen relaciones sexuales, y cuando los adolescentes se satisfacen mediante la masturbación13.
A través de los cuentos o narraciones míticas, las religiones se han servido de la fantasía humana para crear personajes, acontecimientos o situaciones imaginarias de carácter simbólico, transmitiendo enseñanzas, pautas éticas, valores y sentido para la vida de los seres humanos que aún se encuentran en una etapa primitiva de su evolución. Durante milenios, el mito ha sido el lenguaje habitual de la comunicación humana. Mientras que el lenguaje lógico, objetivo y científico es un sistema relativamente reciente de transmisión del pensamiento y del conocimiento propio de la era moderna.
La función social del mito
Sin embargo, pensar que el pensamiento mítico nació y se desarrolló únicamente como respuesta a la búsqueda de conocimiento, sentido y espiritualidad por parte de los humanos, no es cierto. En realidad, el mito no sólo cumple una función religiosa, sino que sobre todo responde a una necesidad social. Hoy, en efecto, las ciencias humanas (antropología, arqueología, etnología, historia de las culturas, creencias y religiones, etc.) han descubierto el papel esencial que la ficción ha desempeñado, y sigue desempeñando, en la formación, estructuración y organización de las sociedades humanas.
Los historiadores y antropólogos actuales son unánimes al afirmar que una de las mayores hazañas de la evolución cósmica ha sido producir criaturas inteligentes dotadas de imaginación. Esta capacidad de imaginar, inventar y fantasear da a los humanos la posibilidad de crear novelas y, por tanto, de describir mundos, hazañas, situaciones, personajes y entidades que no existen en la realidad, pero que pueden afectar a la sensibilidad humana e influir en el comportamiento de los seres humanos14.
Además, si el "homo sapiens", creador de ficciones y mitos, tiene suficiente carisma, influencia, autoridad y persuasión, puede llegar a convencer a otros "sapiens" menos inteligentes que él, de que las historias que cuenta son la verdad y de que, por tanto, es necesario creerlas. Y con esta estratagema se crea una religión. Esta capacidad de crear ficción y mitos es la herramienta más poderosa que el hombre ha podido encontrar para aglutinar, ordenar, organizar y gestionar sociedades complejas formadas por un gran número de individuos.
Según los historiadores y antropólogos modernos15, es por tanto esta capacidad humana de producir ficción, de imaginar historias, de escribir novelas, la que está en el origen de las religiones, así como de todas las demás estructuras sociales organizadas (imperios, reinos, naciones, patrias, sectas, partidos políticos, sindicatos, empresas comerciales, ejércitos, etc.).
Los mitos y las ficciones, sea cual sea su naturaleza (religiosa, jurídica, política, económica, ideológica, etc.), se convierten entonces en el cemento que une a individuos diferentes y heterogéneos para formar un organismo estructurado y flexible, impulsado y dirigido por un mismo ideal, una misma ideología, unas mismas creencias y unas mismas convicciones básicas.
Las religiones son, por tanto, estructuras o sistemas de poder que utilizan el mito o la ficción para mantener unidos a sus miembros o seguidores, ofreciéndoles historias y contenidos inventados como objeto de su adhesión común, de su fe y como modelos de sus aspiraciones y esfuerzos de éxito y realización personal.
He aquí algunos ejemplos de esta estrategia ya descrita y desarrollada por Y. N. Harari16:
- El mito de la "nación" se utiliza para mantener unidos a los habitantes de una región de la tierra. El mito de la "patria que hay que defender" mantiene unidos y motiva a los soldados de un ejército. El mito de la raza pura y la supremacía Aria fue utilizado por Hitler para estructurar uno de los regímenes totalitarios y militares más poderosos, delirantes y brutales de la historia, formado por fanáticos y locos.
- El mito comunista de la superioridad del proletariado o de la clase obrera, el mito de una sociedad sin clases, sin Estado y sin moneda, en la que los bienes materiales se repartirían equitativamente entre todos, contribuyó a unir, durante más de medio siglo (1922-1991), a trescientos millones de personas en la Unión Soviética.
- El mito capitalista de la felicidad asegurada por el aumento ilimitado del consumo y del beneficio sostiene hoy el mundo liberal de Occidente e inspira, orienta y modela las mentalidades y los comportamientos de todos los que lo habitan.
- Los mitos de un Dios que se encarna en una mujer que siempre ha permanecido virgen; que resucita tras su muerte; que permanece presente en la tierra en el pan consagrado; que funda una religión con un Papa dotado de infalibilidad, etc., han sido el cemento que, durante siglos, ha permitido a la religión católica soldar en una sola estructura (la Iglesia) a varios cientos de millones de fieles dispersos por todo el mundo.
Para que ese mito amalgamador funcione, es importante que los contenidos y mensajes que transmita sean cautivadores y vengan a satisfacer aspiraciones o necesidades importantes en el ser humano. Prácticamente no hay mitos y ficciones inútiles o sin sentido. Todos, de hecho, han sido inventados para interesar y atraer. Por eso, en general, los mitos creados por el ser humano son una escenificación imaginaria de sus sueños y fantasías de protección, poder, éxito, superioridad, seguridad, larga vida, justicia, felicidad, amor...
La antropología moderna ya no considera los mitos antiguos como divertidos cuentos para niños o como curiosas fantasías producidas por la ingenuidad e ignorancia de los humanos del pasado, sino como ingeniosas invenciones de la inteligencia humana que, en distintos momentos de su historia evolutiva, han contribuido en gran medida a acelerar la marcha de la humanidad hacia formas superiores de progreso y civilización.
Por ello, es necesario reconocer el papel beneficioso y saludable que la creencia mítica ha desempeñado en la vida de muchas personas que, aún hoy, encuentran en estos relatos una fuente de sentido, consuelo y esperanza para sus vidas, y que de otro modo vivirían en la banalidad, la angustia y la insignificancia.
Pienso, por ejemplo, en todos aquellos creyentes piadosos (cristianos, judíos, musulmanes, hindúes, etc.) para los que la religión es parte integrante y fundamental de su existencia. Estos pueblos siempre han recibido las enseñanzas y los relatos sagrados de su religión como pruebas y verdades que forman parte de la configuración normal del mundo y de sus vidas. Para estas personas, las creencias y doctrinas de su religión, aunque tejidas, en su mayor parte, sobre el fondo de la fábula y el mito, no son sospechosas ni inverosímiles. A estos seguidores nunca se les ocurrirá criticarlos o cuestionarlos. Se trata de una forma de fe "ciega", recibida y vivida en una dichosa inconsciencia y que se adapta perfectamente a este tipo de creyentes.
Así, para ceñirse a la religión cristiana, la fe de los fieles en la verdad del mito de un Dios benévolo y justo, –que habita en el cielo, que se interesa por la moralidad de sus actos, que castiga a los malvados y premia a los buenos; que prepara a todos sus fieles para una bendita eternidad en el paraíso; que perdona sus faltas y pecados por la muerte de su hijo, etc., etc.–, es una forma de fe "ciega", recibida y vivida en una dichosa inconsciencia y que conviene perfectamente a este tipo de creyentes. Esta fe, les proporciona impulso, energía, paz interior, alegría de vivir y esperanza de un futuro mejor en esta vida y en la siguiente.
Así, gracias a este mito, estas personas se sienten protegidas, acogidas, amadas y, un día, gratificadas y recompensadas por sus esfuerzos por ser buenas personas y buenos creyentes. Habrán vivido una vida ejemplar y bastante feliz. Probablemente morirán en serenidad y paz. ¿Qué más podemos pedir a una religión y sus mitos? ¿No es un gran logro para los antepasados que los inventaron? ¿Tenemos derecho a privar de sus ilusiones a tantos creyentes sinceros?
Sin embargo, hay que reconocer que estas creencias, aunque siguen siendo beneficiosas para muchas personas, se ven hoy afectadas por una extrema vulnerabilidad. De hecho, como resultado del progreso del conocimiento, de una mejor educación, de la legitimidad reconocida del pensamiento personal y del pensamiento crítico, de la creciente apreciación de la libertad y de la emancipación individual, ¿seguirán todos estos piadosos creyentes conservando su ingenuidad y sumisión durante mucho tiempo?
¿Cómo reaccionarán el día que descubran que han sido adoctrinados, manipulados, engañados? ¿Qué harán frente a una religión que durante siglos se aprovechó de su ignorancia y credulidad? ¿Durante cuánto tiempo podrá la religión tradicional mantener su confianza y asegurar su fidelidad?
Los mitos pueden construir y hacer prosperar a individuos, sociedades y naciones; pero también pueden hacerlos retroceder y destruirlos. Sin embargo, los mitos son y siguen siendo herramientas y medios para una etapa evolutiva concreta de la historia humana. Se inventaron para responder a las necesidades de un período histórico concreto. Son, pues, por su propia naturaleza, creaciones transitorias, provisionales y perecederas, ya que cambian con el cambio de las culturas que las generaron y según las necesidades y capacidades inventivas de cada época. Por lo tanto, no hay mitos eternos y definitivos, y, de igual modo, no puede haber ninguna religión eterna ni verdades definitivas.
El nacimiento de las religiones
Hoy sabemos que las religiones no son de siempre. A través de las ciencias humanas, sabemos que los humanos han estado sin religiones durante la mayor parte de su presencia en este planeta. Hoy los antropólogos se inclinan por afirmar que este período sin religión fue la época más feliz y "espiritual" de la humanidad. En la historia evolutiva de la humanidad, las religiones son, pues, un fenómeno cultural y social muy reciente.
Las conclusiones de las ciencias antropológicas sobre las religiones pueden resumirse en tres afirmaciones básicas:
1) Las religiones no han existido siempre, sino que son construcciones, productos humanos, con orígenes que pueden establecerse históricamente a grandes rasgos.
2) Las religiones se formaron en el Neolítico.
3) Desde el Neolítico hasta los tiempos modernos, las sociedades han sido fundamentalmente "religiosas".
4) Las religiones pueden ser útiles, pero no son indispensables.
Si nos apoyamos en estas conclusiones, podemos afirmar que las religiones, con la estructura ideológica y cultural que conocemos, surgieron durante el Neolítico, con la sedentarización de las poblaciones, la agricultura, la domesticación y cría de animales, la propiedad privada, la acumulación de bienes, la formación de la riqueza y el poder que ésta otorga. Todas estas transformaciones, con los innumerables problemas que han creado (desigualdad, injusticia, explotación, delincuencia, violencia, etc.) han traído consigo la necesidad de introducir normas de comportamiento para hacer posible la vida social.
En aquella época, las religiones aportaban una normativa social y política más que estrictamente religiosa. En tales tiempos de cambios profundos y a menudo radicales, las religiones no sólo han desarrollado las normas y leyes que debían regir el comportamiento moral y civil de los individuos, haciendo posible una convivencia humana ordenada y relativamente pacífica. También han podido imponer y reforzar la observancia de estas normas y leyes dándoles la configuración de "mandamientos divinos", expresión de la voluntad divina, cuya desobediencia habría provocado el castigo y el rechazo de los dioses 17, (el Código de Hammurabi, o las Tablas de la Ley o Diez Mandamientos dados por Dios a Moisés en el Sinaí).
Así, desde aquellos tiempos remotos, las religiones se han presentado e impuesto como estructuras e instituciones de autoridad, creadas principalmente para satisfacer las necesidades de cohesión, seguridad y paz dentro de las grandes aglomeraciones humanas y urbanas que se estaban formando.
En la época de las grandes civilizaciones, es decir, hacia el año 5000 a.e.c., las religiones ya habían adquirido su configuración típica de estructuras sagradas, funcionando no sólo como intermediarias entre el ser humano y la divinidad, sino sobre todo como portavoces de las exigencias y la voluntad de los dioses. No sólo proporcionaban las normas de buen comportamiento social e individual, sino también todos los conocimientos y respuestas (sobre el mundo, la naturaleza y los dioses) que los humanos necesitaban para funcionar y dar sentido a su existencia.
La función normativa y reguladora que las religiones desarrollaron en el Neolítico contribuyó en gran medida a su autoridad y poder. En aquellas sociedades primitivas, las personas ingenuas, temerosas, indigentes, continuamente amenazadas y expuestas a peligros y amenazas del mundo natural y humano, se entregaban y sometían voluntariamente a una institución "sagrada" que les ofrecía orientación, protección, seguridad, creaba esperanza y prometía la salvación. A estas personas, la religión les ofrecía innumerables historias de las extraordinarias hazañas de héroes divinos, procedentes de un mundo allá arriba, en las misteriosas profundidades de los cielos, inaccesibles para los miserables mortales, que podían acudir al rescate de las angustias humanas.
Así, la religión se presenta como una estructura organizativa inventada por los humanos, que tiene autoridad y poder reconocido. Así, la religión no viene de Dios, no es eterna y no puede imponerse como autoridad última y absoluta. La religión es siempre una función del ser humano y para él, para que pueda atravesar más fácil y tranquilamente las pruebas, las dificultades y las oscuridades de la existencia18.
Los antiguos escribas de Israel (siglo VII a.e.c.) se limitaron a tomar este patrimonio religioso existente y a insertarlo en la composición de sus libros sagrados (la Biblia), adaptándolo a las exigencias de sus necesidades, cultura y creencias particulares. A través de la Biblia judía, los antiguos mitos y la visión del mundo que transmitían entraron en la religión judeocristiana y, a través de ella, llegaron a nosotros y a nuestras iglesias.
Fundamentalmente, los contenidos básicos de las religiones de las antiguas civilizaciones de la "media luna fértil" de Oriente Medio y de la cuenca mediterránea (Sumer, Egipto, Israel, Grecia...) coinciden ahora en la adoración de divinidades, especialmente masculinas, que sustituyen definitivamente a las divinidades femeninas, a la gran Diosa Madre, de épocas anteriores (paleolíticas). Al mismo tiempo, nacieron en Oriente las grandes religiones clásicas del hinduismo, el confucianismo y el budismo.
Utilizando una expresión del lenguaje informático moderno podemos decir que la religión ha sido el "sistema operativo" de las sociedades antiguas. La religión, con su influencia, su prestigio casi divino, su poder, su autoridad incuestionable, sus creencias, sus mitos, sus dogmas, sus leyes, su moral, e incluso sus métodos inquisitoriales de vigilancia, control, imposición y sanción, ha ejercido durante siglos esa función de software programador de todas las funciones de la sociedad.
Puede decirse que, desde aquellos tiempos remotos hasta el siglo XIV d.e.c. (al final de la Edad Media), religión y cultura coincidieron. La cultura no podía ser sino religiosa, y la religión era la única forma posible de cultura. Como sigue ocurriendo hoy en día en muchos países islámicos. Esto significa que la religión impregnó todas las estructuras y actividades de la sociedad: su cultura, sus conocimientos, sus creencias, su identidad, la cohesión social, los sentimientos de pertenencia de sus miembros, sus cosmovisiones, la política, el derecho, las artes... Paul Tillich decía que en las sociedades antiguas "la cultura era la forma de la religión, y la religión era el alma de la cultura".
En la actualidad, las ciencias humanas parecen estar de acuerdo en que las religiones "neolíticas" han cumplido definitivamente su cometido parental como expertos contadores de cuentos ni como educadores autoritarios. Los niños pequeños de otro tiempo, han venido a ser adultos cultos, seguros de sí e independientes, que ya no necesitan ser guiados por la presencia de sus padres, ni tranquilizados por sus fábulas nocturnas.
Es por eso por lo que estas religiones están quedando obsoletas hoy día.
5 Ian Tattersall, Richard Leakey, Carl Sagan, etc. Ina Wunn, ha escrito un volumen de más de 500 páginas sobre las religiones en la prehistoria sin mencionar a Dios ni una sola vez.
6 El Paleolítico es el primer y más largo período de la Prehistoria, durante el cual los humanos eran todos cazadores-recolectores. El Paleolítico comienza con la aparición de las primeras herramientas líticas hace 3,3 millones de años en África. (Wikipedia).
7 Cfr. José María Vigil, ¿Pertenecer a varias religiones? En Revista "Spiritus", 229 (2017) 93-104, Quito, Ecuador.
8 El Neolítico ("Edad de la piedra pulida"), sucesor del Mesolítico, es un período marcado por profundos cambios técnicos y sociales, ligados a la adopción por parte de los grupos humanos de un modelo de subsistencia basado en la agricultura y la ganadería, y que en la mayoría de los casos implica un estilo de vida sedentario. Las principales innovaciones técnicas son el uso generalizado de herramientas de piedra pulida, la cerámica y el inicio de la arquitectura. Según las zonas geográficas consideradas, estos importantes cambios son relativamente rápidos y algunos autores han podido hablar de una "revolución neolítica". Sin embargo, la neolitización es un fenómeno gradual, que se produce en diferentes fechas en las diferentes regiones. En Oriente Próximo el Neolítico se inició hacia el 8.500 a.e.c. en el Creciente Fértil, y llegó a Grecia hacia el 6.500 a.C. Se inició en China un poco más tarde, hacia el 6.000 a.C. El Neolítico terminó con la aparición de la metalurgia. (Wikipedia)
9 En este estudio la palabra "Theos" indica siempre la concepción mítica y antropomórfica de la divinidad tal y como ha sido construida, elaborada y presentada por las religiones del neolítico y la religión judeocristiana hasta nuestros días.
10 Cf. Harari, Sapiens, 196. El autor afirma que la capacidad de crear ficción y, por tanto, de imaginar historias e inventar mitos fue una de las mayores hazañas del Homo Sapiens. Esta habilidad le permitió acelerar su evolución y ascender a lo más alto de la escala del reino animal. ·
11 Einstein decía que Dios en el fondo no son más que cuatro letras que colocamos sobre el vacío de lo que no podemos explicar (en una carta que envió el 3 de enero de 1954 al filósofo Eric Gutkind)
12 Karl Marx no estaba del todo equivocado cuando afirmaba que la religión es el opio del pueblo
13 Cf. Y. N. Harari, 21 leçons pour le XXI siècle, A. Michel, Paris, 2018, pp. 215-217
14 Harari, Sapiens.
15 A este respecto, la lectura de los libros de Y.N. Harari es muy instructiva.
16 Cfr. Harari, o.c.
17 "La religión es una creación de los humanos, no de los dioses, y se define por su función social más que por la existencia de deidades. La religión es un relato que lo abarca todo y que da una legitimidad sobrehumana a las leyes, normas y valores humanos. Legitima las estructuras sociales humanas afirmando que reflejan leyes sobrehumanas" (Harari, Homo Deus, p. 200). "La religión se ocupa principalmente del orden. Su objetivo es crear y mantener la estructura social. En cuanto a la ciencia, a ésta le interesa sobre todo el poder. A través de la investigación, pretende adquirir el poder de curar enfermedades, librar guerras y producir alimentos. Como individuos, los científicos y los sacerdotes pueden dar una inmensa importancia a la verdad; sin embargo, como instituciones colectivas, la ciencia y la religión anteponen el orden y el poder a la verdad. La búsqueda inflexible de la verdad rara vez puede permanecer dentro de los confines de los establecimientos religiosos o científicos" (ibid, 217).
18 Problemas y cuestiones existenciales como el sentido de la presencia del ser humano en este mundo, su lugar y función en la ordenación global del Universo, los valores que debe perseguir, las razones de la presencia del mal y del sufrimiento, cómo escapar de las propias limitaciones y la inexorabilidad del propio fin, etc.
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