Relatos y planteamientos para una nueva espiritualidad. Bruno Mori. 1 y 2.

 1- El ser humano, lugar privilegiado de la presencia del espíritu 

En el Universo el ser humano es el resultado de un largo viaje de unos trece mil setecientos treinta millones de años de materia que, partiendo de la simplicidad de la gran explosión, condujo a la desconcertante complejidad de la vida y la conciencia. En realidad, somos criaturas del Universo. Somos hijos de las estrellas, en cuyos hornos se han elaborado los
átomos de nuestro cuerpo a través de los cuales estamos en íntima comunión con todo el Cosmos. 

Nuestro cerebro, fruto de una organización fantásticamente compleja de la materia, fue atravesado en su día por la fulguración del espíritu que hizo brotar en el ser humano el prodigioso brillo de la conciencia. 

En el estado actual de nuestros conocimientos, la especie humana parece ser la única sede en el Universo de la presencia de una inteligencia autoconsciente.

Esta característica hace de hombres y mujeres unas criaturas capaces de actividad espiritual y, por tanto, de "espiritualidad", porque son portadores de "espíritu". 

La presencia humana en este mundo nos enseña así que la materia no es sólo materia, sino que en su profundidad (cuántica) es capaz de transformarse en espíritu. La "espiritualidad" sería entonces un fenómeno completamente "natural" para el ser humano, y por tanto muy anterior e independiente de la religión, y sería más bien una de las formas en las que la espiritualidad humana se ha expresado a lo largo de los milenios. 

Los signos de la presencia del espíritu son visibles en todas partes a nuestro alrededor. 

De hecho, la sociedad humana sólo ha podido sobrevivir y desarrollarse gracias a la acción de este espíritu. El espíritu trabaja constantemente para asegurar el progreso y la ascensión de nuestra raza hacia formas de perfección y humanización cada vez más logradas. 

Las maravillas del arte y la arquitectura, el deleite de la música, la magia de la poesía, la riqueza de la literatura, los descubrimientos y avances científicos, el progreso técnico, las estructuras e infraestructuras que utilizamos, los alimentos que comemos, las casas en las que vivimos, la ropa que llevamos, las carreteras por las que viajamos, los medios de comunicación y transporte de los que disfrutamos, el conjunto de dispositivos, máquinas y artilugios informáticos que hacen nuestra vida más fácil y agradable, etc., todo esto es el resultado y el trabajo de la mente en nuestro mundo. 

Sin embargo, el fenómeno de la presencia del espíritu en nuestro mundo no deja de cuestionar nuestra inteligencia. ¿Qué significa esta presencia? ¿De dónde viene? ¿Será que la realidad del ser no se reduce exclusivamente al mundo de la materia (física), sino que existe también un mundo del espíritu? ¿Será que la naturaleza ha moldeado al ser humano para que sea el vínculo o el encuentro o la fusión de estos dos estados de la realidad? ¿Será que el ser humano es el canal que permite al mundo espiritual irrumpir en el mundo material para "colonizarlo" y fecundarlo con su presencia? ¿Será que existe una "vida espiritual" que es la condición y el soporte de nuestras vidas y sin la cual dejaríamos de ser humanos? ¿Será que la materia es, en última instancia, sólo una manifestación particularmente intensa del espíritu?

 En cualquier caso, hoy en día es obvio, incluso para los agnósticos y ateos, que el ser humano es portador de espíritu y que, por ello, posee una profundidad de ser que nunca podrá ser explicada por los componentes químicos de su estructura biológica y que parece apuntar a un "misterio" que está más allá de él.

 Esta profundidad del ser humano, la sede de su espíritu, suele denominarse hoy en día "espiritualidad". La espiritualidad sería entonces todo lo que conforma la fisonomía interior del ser humano: sobre todo, sus motivaciones vitales, sus sueños, sus utopías, sus pasiones, sus ideales, sus planes, su mística y los amores por los que vive, lucha, muere y por los que influye y atrae a los demás. 

La espiritualidad sería también su capacidad de construir un marco coherente de la Realidad, de descubrir la red casi infinita de relaciones que la constituyen, de establecer conexiones, de producir unidad, de hacer síntesis significativas, de dar sentido. Leonardo Boff señaló con acierto que, al igual que la psique necesita un Centro que ordene y coordine todas las energías e impulsos que la habitan, la mente se siente herida y dividida si no logra obtener una síntesis, no teórica, sino vital y existencial, que dé sentido y dirección a su vida. Por eso cada persona, de una u otra manera, consciente o inconscientemente, posee una "cosmovisión", es decir, una visión o captación global de la Realidad y una forma personal y subjetiva de entenderla e interpretarla. La mente, afirma además Boff, no tolera la esquizofrenia existencial, que separa, opone, divide y atomiza la realidad 106. 

2- Una espiritualidad para encontrar el sentido 

Según Paul Tillich, cuando el espíritu de la persona se aplica a dar sentido a su presencia en el Universo, ya no vive en la superficie de su existencia, sino que vive desde dentro de su ser. Cava entonces el pozo de su "profundidad" y construye el templo de su "espiritualidad"107.

Las ciencias humanas coinciden hoy en que la espiritualidad es un hecho antropológico esencial del ser humano, como la inteligencia, la voluntad o la libido, y que es anterior a la aparición de las religiones. El ser humano no sólo posee una exterioridad (su cuerpo), una interioridad (su psique), sino también una profundidad (su espíritu). 

En el proceso evolutivo de este primate del género homo y de la especie sapiens/demens, podemos situar la aparición del espíritu en su psique en el momento en que se percibe conscientemente como parte de un Todo mayor que él mismo (hace unos 7-8 millones de años, con el nacimiento del neocórtex). Esta percepción significa que el ser humano pasa a ser capaz de estructurarse psicológicamente como una criatura de relaciones, constantemente abierta tanto al mundo natural y visible que le rodea como a lo invisible, lo misterioso y lo infinito. 

Hoy en día, los psicólogos se inclinan incluso por la hipótesis de la presencia de varias formas de inteligencia en la persona. La persona estaría dotada no sólo de una inteligencia "racional", sino también de una inteligencia "emocional", y de una inteligencia "espiritual". Esto último haría que el ser humano estuviera especialmente interesado y abierto a la búsqueda del sentido y de la dimensión misteriosa, sagrada, interior de su ser y, por tanto, también a la búsqueda de Dios. 

Por lo tanto, si es cierto que la espiritualidad es parte integrante de la naturaleza humana, también es cierto que el individuo que no es capaz de realizar la dimensión espiritual de su personalidad queda minusválido, mutilado, incompleto y, por lo tanto, en desventaja en la realización de su humanidad. 

El ser humano, de hecho, necesita saber de dónde viene y a dónde va, y cuál es la razón, la función y el propósito de su presencia en este mundo. No acepta verse a sí mismo como el resultado banal de un azar ciego y totalmente insignificante. La búsqueda de sentido es uno de los impulsos más profundos y las necesidades más vitales de su ser, incluso más urgente que la búsqueda de placer, sexo o poder. El ser humano necesita dar una dirección y un propósito a su vida para poder vivirla plenamente. Una vida sin sentido es una vida sin esperanza y, en última instancia, una vida de desesperación. 

Es esta tendencia de la persona a trascender la materialidad de las cosas y la banalidad de su existencia cotidiana, a enriquecerlas con un sentido y una dimensión superiores, lo que está en el origen de una forma "especial" de espiritualidad que, en el curso de la historia de la humanidad, ha tomado principalmente la configuración concreta y social de la "religión". 

La espiritualidad, pues, es ese conjunto de actitudes, disposiciones y decisiones que llaman a la persona a emprender el viaje hacia su interior, para descubrir las virtudes, actitudes, cualidades y comportamientos que la definen. Y ello para comprender mejor la naturaleza de su ser; la finalidad de su presencia en el mundo, y para recomponer su vida según el modelo de humanidad o los valores que cada persona ha encontrado en su interior y que constituyen las verdaderas características de su humanidad. 

Tanto si la persona es religiosa como si no, creyente o no, suele sentir la necesidad de encontrar y dar sentido a su presencia en este mundo. Si es religiosa, lo encuentra fácilmente en sus creencias; si no lo es, la búsqueda de sentido puede ser más larga, compleja y atormentada, pero al final le resultará quizás mucho más enriquecedora y satisfactoria. 

El "sentido" es entonces lo que permite al ser humano vivir "humanamente". El "sentido" es el "alma" (o "aliento") que anima e inspira su existencia, que le permite sostenerse y desarrollarse, dándole la calidad y profundidad humanas que son las características fundamentales de la buena espiritualidad. Con tal de encontrar un sentido, el ser humano es capaz de todo, incluso de recurrir a la ficción, inventando historias y mundos imaginarios en los que encontrarse a gusto, porque le proporcionan respuestas que necesita para dar sentido a su vida y afrontar con serenidad las vicisitudes de su viaje "cósmico". 

Las manifestaciones de la espiritualidad humana en el curso de la historia han sido innumerables y de gran variedad. Pueden clasificarse en cuatro direcciones principales.

Una espiritualidad asiática "oriental", basada principalmente en el análisis de los estados modificados de conciencia, en la explotación de las energías y del potencial mental psicosomático de la naturaleza humana, en la observación de la inconsistencia de las cosas, en la paz interior y el silencio, y en la fusión mística del individuo con el Todo de la Realidad.

 Una espiritualidad diferente, propia del antiguo Cercano y Medio Oriente, constituida por el monoteísmo (especialmente judío), la tradición profético-bíblica y el "Camino" de Jesús de Nazaret. Estos tres movimientos espirituales están en el origen de la tradición llamada "ético-profética". Esta tradición espiritual, reelaborada y enriquecida por las ingeniosas intuiciones de Jesús de Nazaret, se presentará entonces como una experiencia interior que, durante los tres primeros siglos del cristianismo, se desplegará como una forma de humanismo, caracterizada por la práctica de la bondad, la solidaridad, la fraternidad, la justicia, la compasión, el servicio y el amor gratuito y desinteresado, con vistas a la construcción de un mundo nuevo (el "Reino de Dios"). Valores que se presentan como las actitudes y comportamientos básicos que constituyen toda auténtica espiritualidad. 

En las culturas primitivas de las poblaciones indígenas, tanto antiguas como contemporáneas (en América, África, Oceanía, etc.), la espiritualidad ha estado esencialmente vinculada a los fenómenos del mundo natural (el bosque, el agua, el aire, el fuego, el sol, las cosechas, los animales, la fertilidad, etc.). Estos pueblos experimentaban lo divino en contacto con la Madre Tierra, que ellos experimentaban cargada de un misterio inefable y sagrado.

En el mundo occidental premoderno, la espiritualidad se ha establecido sobre todo como una postura religiosa e intelectual que se hace explícita en la adhesión a "verdades", creencias y en las prácticas de culto y ritos que exige la religión. 

Sin embargo, en el mundo occidental moderno estamos asistiendo a una nueva forma de espiritualidad que yo llamaría "ecocentrada". Es una espiritualidad que recupera la sensibilidad y el asombro de las culturas primitivas hacia la Naturaleza y que se está desarrollando con casi total independencia de la religión y que, casi con toda seguridad, acabará sustituyéndola. 

Esta nueva espiritualidad ha nacido de forma casi espontánea como un producto necesario e inevitable de los nuevos paradigmas en los que ha entrado el mundo occidental con los avances del conocimiento y los descubrimientos de la ciencia moderna. Los nuevos paradigmas ofrecen una visión y una comprensión de la Realidad y del Universo tanto más verdaderas y convincentes, cuanto que ahora dejan obsoletas e inútiles todas las viejas explicaciones, respuestas y propuestas proporcionadas por las religiones. 

Esta nueva espiritualidad ecocentrada ha surgido de la conciencia de tres verdades fundamentales. En primer lugar, que los seres humanos y el planeta que habitamos somos el resultado de la marcha evolutiva del Universo hacia la complejidad que comenzó hace 13.700 millones de años. En segundo lugar, como he dicho en repetidas ocasiones, que somos el producto del planeta Tierra, que es, literalmente, la madre que nos engendró tras un periodo de gestación de tres mil millones de años. En tercer lugar, ahora nos damos cuenta de que el Universo tiene un orden, una dirección, un sentido, que las cosas son más que cosas, que contienen un mensaje, transmiten información y tienen un lado invisible que apunta a una misteriosa Presencia que lo impregna todo con su energía. Las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad la han llamado con mil nombres, pero nunca la han podido descifrar. 

La nueva espiritualidad se presenta entonces como la expresión de una fuerte convicción de unidad y dependencia no sólo con este Misterio Último, que subyace a todo el Universo, sino también con la Madre Tierra, de la que necesariamente dependemos108

Así, frente al actual estado de devastación del Planeta provocado por la estupidez y la codicia depredadora de ciertas categorías humanas "vampíricas", la nueva espiritualidad activa en un gran número de humanos una forma totalmente nueva de sensibilidad "ecológica". En el estado actual de nuestro Planeta, sin esta sensibilidad (que por fin se está convirtiendo en una nueva forma de espiritualidad) que se traduce en una ética "ecocentrada" de cuidado, respeto y preservación, la humanidad tendrá dificultades para salir del caos en el que la ha sumido su frenesí de consumo109.

Bruno Mori. Por un cristianismo sin religión, NTA 4.
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103 Lucien Lemieux, Une histoire religieuse du Québec, Novalis, 2010, p. 158 
104 Harari, o.c., pp. 217-221 · 
105. 105 Cfr. J.M. Vigil, Teología de la liberación y nueva epistemología, Barcelona, 2008, pp. 23-24. Disponible en josemariavigil.academia.edu  
106 L. Boff, "Qué es el espíritu en la nueva cosmología", en su blog leonardoboff.org 
107 Paul Tillich, Dinamics of Faith, Nueva York: Harper & Row, 1957.
108 Cfr. L. Boff en su página servicioskoinonia.org/boff nº 984 del 15 de mayo de 2020.
109 leonardoboff.wordpress.com/2020/02

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